Cuando tenía 18 años, me fui a la Patagonia. Estaba en el primer año de mis estudios de turismo y tuve la suerte de conseguir una pasantía en Tierra del Fuego.

Me había tocado trabajar en la estancia más antigua de la isla: Estancia Harberton. No sabía qué esperar, pero éste era mi primer paso en una vida llena de experiencias patagónicas.

En esta estancia, me di cuenta de que la Patagonia tenía mucho que ofrecerme: amigos, desarrollo profesional, mejora del idioma y mucha diversión. Me encantó leer los libros sobre este lugar y conocer el panorama que afectaba a un lugar tan aislado del planeta como éste. Aquí estamos a sólo 1.000 km de la Antártida.

Durante la pasantía me hice cargo de diversas tareas, como el cuidado del museo y de la reserva natural. Acompañar a los turistas en su recorrido por el lugar y servirles una bebida caliente después. Me llamó la atención el galpón de esquila convertido en museo y la emisora de radio que conecta la estancia con el resto del mundo. En el año 2006 el internet no llegaba hasta esos lugares.

En el libro hay un capítulo con la historia de Tierra del Fuego, lugar al que llaman “el fin del mundo”, entre otras cosas.